Los niños y niñas abandonados, tantas veces en los portales de la iglesias, eran conducidos a la inclusa provincial de Santander a razán de unos 200 al año más o menos en aquellos años centrales del siglo XIX. Allí, después de unas semanas, eran entregados con un atillo de tres pañales a las nodrizas, a quienes se pagaba en ese momento una gratificacián de seis reales. Después una mensualidad de 20 reales hasta que el menor cumpliera los cuatro años de edad; 15 reales si la crianza continuaba desde los cuatro a los siete años y 10 reales para las niñas entre 7 y 9 años y para los niños entre 7 y 10 años.
Era obligatorio que las nodrizas estuvieran casadas y presentaran una certificacián de buena vida y costumbres. También tenían el derecho de devolver a los niños cuando quisieran, así como la autoridad competente podía retirarlos si observaba un mal cuidado de los mismos.