La torre era la construccián más robusta, más alta y más distinguida del entorno. Las más antiguas se levantaron con piedra desconcertada y sin labrar, con apenas sillares en las esquinas y en los vanos de puertas y ventanas.
Las torres más antiguas tampoco llevaron escudos heráldicos. En realidad, los escudos se utilizaron mucho antes en el sellado de documentos administrativos o en el campo de batalla que en los edificios. Las torres cántabras que se conservan carecen de este elemento, valga el caso de la Torre del Merino en Santillana del Mar.
Los escudos heráldicos no se exhibieron en las torres hasta unos siglos después, en ejemplos que pueden datar del siglo XV. La Torre de Don Borja, también en Santillana del Mar, puede ilustrar ese modelo de torre medieval con escudo primitivo. El escudo es de muy pequeño tamaño y carece de los ornamentos exteriores tan utilizados en las siguientes centurias.
No tardarían las antiguas y austeras torres medievales en ver cámo a ellas se adosaban las nuevas casas montañesas, más preparadas para el uso residencial que defensivo. Al mismo tiempo los escudos fueron aumentando en tamaño y relieve y la decoracián exterior, el marco, fue adquiriendo casi mayor importancia que la figuracián del escudo.