La villa ofreció a los reyes un terreno de 200.000 metros cuadrados para finca de recreo
La villa de Suances ofreció a Alfonso XII en el año 1882 un terreno de 200.000 metros cuadrados en el lugar de Sojerra, sito entre las playas de la Concha, la ensenada de Cabrera en la Tablía y Garrera (Los Locos) para finca de recreo. El año anterior, la villa había recibido la visita de la reina y la corporación municipal decidió realizar esta oferta con todas las formalidades de rigor.
El Ayuntamiento de Ongayo, que así se llamaba entonces del actual de Suances, trató en pleno este asunto el día 2 de abril de 1881, mencionando la existencia de un documento, dirigido a SSMM y firmado por los vecinos de la villa, en el cual los suancinos manifestaban su deseo de realizar esta donación. La corporación municipal acordó dar las gracias a los donantes por sus “disposiciones patrióticas y elevados sentimientos” y decidió crear una comisión para gestionar el asunto formada por Bonifacio de la Horna, párroco de la localidad, y Prudencio Fernández de Regatillo, comendador de la orden americana de Isabel la Católica. De la misma fecha es el certificado que Prudencio Pinal, médico cirujano municipal, emitió sobre las condiciones higiénicas del terreno, subrayando que en Sojerra no existían “focos de infección”, estaba libre “de emanaciones pantanosas” y gozaba de magníficas condiciones higiénicas y terapéuticas por su proximidad al mar.
Al mismo tiempo, Germán del Río Iturralde redactó una Memoria descriptiva del terreno donado y dibujó un plano. Del Río Iturralde era un maestro de obras bien valorado por haber proyectado y dirigido, entre otras construcciones, el palacete de Pedro Fernández Campa en Mazcuerras, donde pasó una amena velada Alfonso XII precisamente ese mismo verano de 1882. El maestro de obras destacaba las vistas pintorescas del terreno desde la colina “con la ría de Requejada al fondo y los pueblos de Cuchía, Cudón y Polanco”, la proximidad de la villa de Suances, y las condiciones agronómicas del terreno, idóneo para “poblarse con arbolado y vegetación frondosa”, con accidentes favorables a “la formación de parques y jardines y a toda clase de caprichos de una finca de recreo”, y con posibilidad de “alumbrarse aguas” . Por último se señalaba como otro factor a favor el hallarse Sojera junto a dos playas; por un lado “ a los pies de la hermosa de la Concha, de suelo igual y fino, de rompiente moderada” donde se podía tomar el baño con toda la comodidad y seguridad, y por el lado opuesto “la playa de Garrera, de más fuerte rompiente”, donde podía establecerse una bajada y ser aprovechada para baños.
Tan interesante como el texto de la Memoria resulta el plano, donde se ve claramente que el perímetro del terreno donado alcanzaba casi hasta la zona de la Tablía, bajaba por cerca del arroyo de El Esquilar hacía El Espadañal, tocaba la playa de la Concha, seguía hasta la primera curva de la carretera del Faro y se cerraba hacia atrás hasta la mitad del frente de la playa de la Garrera. El maestro de obra colocó en el plano las construcciones turísticas existentes en aquel año de 1882: la Perla de la Concha, en la zona más occidental, inaugurada por Eusebio Ballesteros, confitero torrelaveguense que reconvirtió en 1881 un antiguo caserón de pescadores en fonda para veraneantes; la Gran Fonda de San Martín, inaugurada en 1864, la más grande y antigua de las que había en la bajada a la playa de la Concha y las otras tres situadas en las inmediaciones: la Gloriosa, el Paraíso y el Castillo, todas relativamente cerca de las casas de baños asentadas sobre la arena, a ambos lados de la punta del Castrejón.