Trabajando en Guarnizo contrajo matrimonio con doña Francisca del Corral y esta unión fue promotora de generaciones que han diseminado el apellido Autrán en la región cantábrica, fundamentalmente en Vargas, Puente Viesgo, Torrelavega etc, y afortunadamente gracias a los hermanos Autrán, hoy existen familias españolas o de origen español formando parte de la sociedad actual.

Mi padre, Ángel Remigio Manuel (llamado Manuel) nació en Vargas y fue inscrito en el Ayuntamiento de Puente Viesgo. Hijo de Emilio Autrán Ruiz y de Primitiva Vallejo Autrán, perteneció a una familia de la clase media y sus andares de joven los vivió entre las vegas del Pas, Puente Viesgo, Torrelavega etc, es decir, en los pueblos, valles y montañas cantábricas. Mi padre, en sus interesantes conversaciones con mi madre, coterráneos y amigos, refería que había sido testigo viviente de la cruda crisis política, de la unión de las organizaciones obreras y las republicanas y que las represiones de la época despertaron en él las ideas y sentimientos al lado de los republicanos; por ello participó en acciones organizadas por la intelectualidad republicana, también al lado de los trabajadores por lo justo de sus ideales.

Devino entonces el golpe de estado de Miguel Primo de Rivera y la sustitución del sistema parlamentario, quedando implantada la primera dictadura militar, desde el año 1923, y decía que esto trajo consigo mas persecuciones y represiones, por lo que se agudizaron los enfrentamientos entre republicanos y fuerzas dictatoriales y fue motivo por lo que muchos españoles se vieron en la necesidad de salir del país. Entre los españoles que decidieron emigrar se encontraba él, mi padre, dado, por supuesto, a la situación existente.

En la segunda mitad de la década del 20 se fue a Honduras, país centro americano, donde se había proclamado una ley que le otorgaba facilidades de invertir a ciudadanos extranjeros. En Honduras se dedicó al negocio de la extracción y venta de madera, entre otros, en San Pedro Sula, departamento de Cortes. Por sus conversaciones se supo y se trasmitió que en el citado país, Honduras, se encontró con inestabilidad en los gobiernos de la época; también había conflictos y enfrentamientos entre los partidos más fuertes. Argumentaba con sentido de admiración que en Nicaragua había conocido a Sandino, líder revolucionario nicaragüense, y
que se solidarizaba con las causas nobles, pues no tenía por qué negarlo.

La realidad está dada a que el día 22 de septiembre de 1930, estando en su aserradero denominado El Higo, en el pueblo de Chamelecon, fue apresado por una escolta de policías, comandada por el sargento Manuel Maldonado y conducido sin explicación alguna a la dirección de la policía en San Pedro Sula y luego trasladado a Puerto Cortés, donde fue entregado al comandante de armas. En dicho lugar permaneció incomunicado durante 7 días, hasta la llegada del vapor americano Turrialba, donde fue trasladado al puerto de La Habana, en Cuba, donde llegó el día 30 de septiembre de 1930.

Dado a este procedimiento sumarísimo, perdió más de 25. 000 -veinticinco mil- pesos oro contabilizados en los distintos negocios que poseía, lo cual consta en sus documentos de reclamación a la Corte Suprema de justicia hondureña, a favor de que le permitiera regresar a ocuparse de sus pertenencias y a que se le juzgara con un proceso legal, judicial, el cual asumiría respetando las leyes del país.

Volviendo a su llegada al puerto de la Habana, gracias a alguien que le informó de que los dueños del hotel Sevilla eran españoles, dirigió sus pasos a este lugar y posteriormente al hotel Europa, que también sus dueños eran españoles, los cuales, y también otros coterráneos, le ayudaron en aquella trágica situación.

Por lo que comentaba, por sus gestiones constantes, y por documentos que poseo en mi poder, sabemos de las múltiples reclamaciones realizadas y de las gestiones que a través del consulado español y del cónsul personalmente—año 1930′?hubo de realizar en aras de recuperar el dinero invertido y su reputación dañada, de lo cual nunca tuvo respuesta del gobierno, ni de la corte de justicia hondureña. Sencillamente lo expulsaron del país, para otro país que no era el suyo y punto. De sus bienes, no sabemos nada, pensamos, ya que el pensamiento es libre, que hayan sido confiscados o tal vez entregados a compañías norteamericanas que operaban en la comarca.

Mi padre estudió en el colegio de Villacarriedo, en Cantabria, España. Era hacendoso, hábil, trabajador y valiente, así lo recordamos. En aquel entonces, se trasladó al centro de la isla y comenzó a desempeñarse en la zona rural aledaña a Trinidad, en el giro del comercio
de madera; conoció a mi madre, Alodia de la Paz Boch, conformó una familia de la cual nacimos tres hijos. Mi padre nunca renunció a su ciudadanía española, así consta en el
registro de extranjeros de la dirección de inmigración y extranjería de la Habana, Cuba, con el número 91795- así como en la inscripción del Centro Gallego de la Habana, con el número de inscripción 68731.

Sabemos que en los albores de los años 40, solicitó o gestionó su regreso a España, en virtud de hacerse cargo de la repartición entre hermanos de la herencia dejada por sus padres y a solicitud, que casi era un ruego, de su menor hermana Amparo Autrán, residente en Torrelavega. Dicha autorización le fue negada y no pudo realizar el viaje que tanto añoraba a su país natal, donde además tenía a sus familiares más allegados. Nunca hemos podido saber el porqué, a partir del año 1936, en algunos documentos, aparece con el segundo apellido cambiado, en vez de Vallejo, a veces Aberasturi, otras ilegible; eso no lo hemos podido descifrar. Algunas personas nos han hecho saber que en esos años convulsos también en Cuba, y dándose la guerra civil en España, algunos españoles cambiaban sus nombres, otros sus apellidos, en aras de protegerse. Más que en Cuba se había creado una falange franquista. Sabemos que los españoles agrupados en el Centro Gallego, el cual acogía no sólo a los de Galicia, también de otras regiones, se manifestaron dos grupos con discrepancias políticas, uno simpatizantes del franquismo y otro de intereses republicanos.

Encontrándose en la Habana, dado a motivos situacionales y parando en una habitación alquilada en la calle Acosta número 258, falleció repentinamente de un síncope cardiaco. Así terminó la historia personal de un hijo de España que, por una causa u otra, emigró de su país o lo obligaron a emigrar las circunstancias de aquella década de dictadura militar, que todo indica no tiene mucho que envidiar a la época del franquismo.

Acá en Cuba quedamos, su compañera, la madre de sus tres hijos, los que hoy somos continuadores en esta isla del apellido Autrán. Si alguien se preguntara cómo quedamos, cómo quedó mi madre, es fácil la respuesta: sencillamente desamparada, viuda de un extranjero prácticamente desterrado de su país natal, al cual no pudo regresar y también de Honduras, donde fue a refugiarse. Mi padre mantuvo sus principios de ciudadano español y le trasmitió a mi madre sus ideas, en tiempos de políticas convulsas en Cuba y económicamente nada favorables.

Luego vinieron años de ausencia familiar, sin que ambas familias supiésemos una de la otra, es decir, los que vivían en España sabían que tenían familia en Cuba y viceversa, pero hubo cambios de direcciones, en definitiva, los aislados en una isla del Caribe fuimos nosotros. Tuvimos que esperar muchos años, soñar, y hacer múltiples gestiones, los de allá y los de acá, para lograr un feliz día podernos encontrar. Me pregunto, semejante a nuestra historia, cuántas familias habrán vivido separadas.

Para terminar. De las personas importantes, por una razón u otras, casi siempre hay quien escriba. Meditando en esto y en la posibilidad de traer al presente la memoria histórica de miles de españoles, teniendo en cuenta que ya pertenezco a la tercera generación, por mi edad, que luego los hechos históricos se pierden en el tiempo, me decido a escribir lo acontecido. Ojalá alguien lea este escrito, que no es más importante que otros; estos hechos no son más importantes que otros, pero es uno más y para que futuras generaciones sepan que esta tierra cubana guarda los restos de un español republicano, al que sólo pudo vencer la muerte.

(Nota: Relato escrito por Amparo Autrán Boch, hija de Manuel Autrán (nacido en Vargas, Puente Viesgo, Cantabria)