Los cántabros se negaron a reconocer la hidalguía de los emigrantes flamencos y es por ello que hubo mucha resistencia a empadronarlos con este reconocimiento explícito. Esta actitud obligó a las familias flamencas a pleitear ante las más altas instancias hasta conseguir el reconocimiento de su condición de hidalgos aunque fuera a título de privilegio por Cédula Real.

Bien por la segregación de los naturales de Cantabria o por la lógica inclinación de los flamencos, lo cierto es que estas familias fueron emparentando entre sí, aunque también hubo excepciones. En 1705, por ejemplo, encontramos en Ceceñas a Francisco Otí y Mariana de la Ayuela; a Roque Otí con María de Layta; a María de Arche con sus hijos José y Ana Otí. Al mismo tiempo vivían en Solares, José Otí y Cipriana de la Portilla, al igual que Juan Oti y María Fernández junto a sus hijos: Ana, Manuel y Catalina. En 1737 también vivían en Sobremazas, Félix Otí y Catalina de Trueba con Josefa y Francisco, sus hijos.

Con el paso de los años, los Otí se extendieron por otros lugares de Cantabria, especialmente en la capital, si bien en el siglo XIX y buena parte del XX continuaron asentados en mayor número en las inmediaciones de su lugar de origen. Todavía hoy, el 70% de los españoles con el apellido Otí viven en Cantabria.